América excluye a los no conductores

Replanteamiento de las comunidades centradas en el automóvil en aras de un futuro más inclusivo

Nací con una enfermedad ocular denominada nistagmo que me impide tener la visión requerida para conducir. Como crecí en el estado de Washington, a un par de kilómetros de la parada de autobús más cercana, en una carretera sin aceras, odiaba depender de mis padres para que me llevaran a cualquier sitio. No conocía a ningún otro adulto que no supiera conducir, así que estaba segura de que era una de las pocas personas sin posibilidades de disfrutar del derecho natural americano a viajar en total libertad por carretera.

Con treinta y tantos años volví al estado de Washington para trabajar en una organización de ayuda a los discapacitados y entonces conocí a otros adultos que, como yo, no tenían la posibilidad de conducir.

La sola idea de vivir sin conducir es aterradora para cualquier habitante de los Estados Unidos porque la mayor parte de nuestro entorno construido y nuestra cultura están diseñados para depender del automóvil. Pero en todas las poblaciones hay personas que no pueden conducir. Y no solo en aquellos lugares donde es más conveniente no desplazarse en automóvil, como la ciudad de Nueva York o Washington DC. De hecho, un tercio de la población de los Estados Unidos no tiene carnet de conducir. Este porcentaje incluye a personas como yo que no pueden conducir por su discapacidad. También incluye a la gente joven, a los inmigrantes, a las personas con el permiso retirado y a aquellas que, por edad avanzada, han dejado de conducir. Asimismo, existen muchas personas con permiso de conducir que no pueden permitirse el lujo de comprar un coche, pagar el seguro, el aparcamiento o la gasolina.

Las personas sin permiso de conducir, tanto si se trata de aquellas con discapacidades como si no, suelen ser en su mayoría gente de color. Las personas con discapacidad tienen cuatro veces más probabilidades de no poder conducir, y de dos a tres veces más opciones de vivir en un hogar sin ningún tipo de vehículo. Pero a pesar de todo esto, en Estados Unidos se da por hecho que, si puedes permitirte un vehículo, puedes desplazarte a donde desees o necesites ir. El mensaje que se nos ha transmitido es que si no tienes vehículo no eres una persona con unas necesidades de movilidad urbana válidas.

.

Un grupo de personas, incluida una persona con bastón blanco y otras con chalecos de neón que dicen «Disability Mobility Initiative» en la esquina de una concurrida calle en Seattle, Washington. Foto © Anna Zivarts

Con la intención de abordar nuestra no relevancia como no conductores, en otoño de 2020 comencé a desarrollar un programa denominado Disability Mobility Initiative (iniciativa de movilidad urbana para discapacitados). El hecho de conocer a otras personas que no conducen y poder escuchar sus historias y los problemas a los que se enfrentan ha reafirmado mi compromiso de crear comunidades inclusivas donde todos puedan desplazarse a donde deseen ir y también me ha hecho sentir menos sola. Creo que lo mismo les ha ocurrido a las personas que no conducen con las que he estado en contacto y juntos estamos ejerciendo presión para que nuestras voces sean escuchadas. Esto consiste en aportar nuestro testimonio en las reuniones con los responsables de movilidad urbana en las que se consideran los recortes en el servicio o en publicar artículos de opinión y conceder entrevistas en televisión para hablar de nuestras dificultades de acceso a nuestros barrios a causa de las aceras en mal estado o el tráfico.

También hemos invitado a nuestros políticos a pasar una «semana sin conducir», durante la cual viven en primera persona lo que supone desplazarse en sus propias comunidades y las dificultades que plantea la vida diaria cuando no se conduce. De esta forma, cuando llegue el momento de destinar recursos para personas con discapacidad y planificar, podrán recordar los problemas que tuvieron que afrontar, aunque solo fuera durante un corto periodo de tiempo.

Aunque nuestro trabajo se centra principalmente en las dificultades de acceso para los no conductores, la dependencia de los automóviles lleva aparejados otros costes medioambientales, climáticos y societarios que se trasladan a las comunidades de bajos ingresos y a la gente de color. Barrios segregados por autopistas, aumento de los costes de la vivienda por la obligatoriedad de ofrecer un número mínimo de plazas de aparcamiento, exposición a la contaminación atmosférica y acústica, accidentes de tráfico, islas de calor inducidas por el pavimento… Nuestra decisión de construir comunidades centradas en la capacidad de desplazarse en un vehículo privado ha sido y continúa siendo un fracaso.

.

Varias personas, algunas con bastones blancos y andadores, avanzan por una acera de tierra bajo la lluvia. La persona con el andador camina por la calle, Vancouver, Washington. Foto © Paulo Nunes-Ueno

Estamos empezando a ver las consecuencias de esta mentalidad. Sin embargo, como la dependencia del automóvil está totalmente arraigada en la población de los Estados Unidos, las soluciones propuestas por los conductores (vehículos eléctricos, «detección» del peatón, lanzaderas autónomas de última milla) no son suficientes. No están diseñadas para replantear nuestra dependencia del automóvil, solo abordan varias de sus peores consecuencias. En este país todo gira en torno al automóvil, desde el diseño físico de nuestras comunidades o nuestras redes sociales hasta nuestra identidad cultural, por lo que parece imposible imaginar cómo abordar la disminución de esta dependencia.

A no ser que te encuentres entre las personas que no conducen. En ese caso, dedicas la mayor parte de tu jornada a reflexionar sobre cómo lograr que tu vida funcione sin un automóvil. Y si eres una persona con una discapacidad que te impide conducir, has dedicado una existencia completa a imaginar un mundo sin conducir.  Necesitamos profundizar, asimilar y apoyar esta visión. Son las personas en la parada del autobús, las que caminan por el arcén de la carretera, las que buscan casa lo más cerca posible de la estación de tren las que nos guiarán hacia una movilidad más justa.

Imagen principal: Una persona con un bastón blanco y otra con un perro de servicio caminan por una acera de tierra sin pavimentar junto a una carretera grande en Vancouver, Washington. Foto © Paulo Nunes-Ueno